Bibliópatas: el caso del libro lacado

¿Hay que temer a los bibliópatas? ¿O quizás tenemos que hacerles un monumento? ¿Quiénes son? ¡Ojito! porque pueden estar entre nosotros, o… incluso ¡¿nosotros mismos también lo seamos?!

Son víctimas de la bibliofilia, personas dotadas de un irrefrenable instinto para completar, mejorar o reparar un libro. La intención es normalmente buena -desde su punto de vista- pero el resultado que de ésta se deriva puede no serlo tanto.

El libro queda entre-abierto por la tensión de la piel del lomo.Encabezamos esta nueva sección (que tendrá de prima-hermana la de los grafópatas) con un fantástico libro de 1555, propiedad del Museo Cusí de Farmacia, de la Real Academia de Farmacia de Cataluña. Es el Dioscórides Anazarbeo del Dr. Laguna. A primera vista pensé que se trataba de una encuadernación lacada, por el aspecto insólitamente brillante de la piel. Esta técnica fue muy típica (aunque no exclusiva) de encuadernaciones florales persas. El tacto y lustre lacados se consiguen con un barniz, por ejemplo goma laca, que se aplicaba a muñequilla, igual que podía hacerse con los muebles.

El barniz sobre las manchas y también en el cartón interno.Pero, fijándose uno bien… ¡No, no! La laca era sin duda muy posterior a la encuadernación. Lo vemos en que los bordes gastados del cartón y algunas manchas blancas (que parecían de pintura de pared) estaban igualmente barnizados, como también lo estaba el registro de la colección de la biblioteca, una banda de papel al pie del lomo (foto de abajo, a la izda.). El principal perjuicio del barniz, en este caso, era el progresivo resecamiento del cuero, que se traducía en que las tapas quedaban entreabiertas en lugar de cerradas, y en un agrietado creciente en los nervios del lomo. Por ello hice una prueba simple, consistente en cortar un cachito de barniz (¡el grosor lo permitía!) y quemarlo. El olor inconfundible que se desprendió entonces lo constataba: era un barniz plástico.

Lomo con el barniz (arriba) y sin él (abajo).

Antes del tratamiento en el taller (superior) el libro estaba cubierto de barniz plástico que agrietaba la piel y apagaba los colores originales.  Después de quitar el barniz (inferior) los dorados recobran su brillo y la piel su elasticidad natural.
La mediana del grosor del barniz en la tapa era de 612 micras… ¡casi un milímetro!

He aquí pues, una típica intervención de bibliópata: Al admirar la preciosa pasta valenciana, que es este jaspeado coloreado con el que se decoraban las pieles (y esto sí que es mérito de la encuadernación original) el restaurador precedente debió probablemente pensar que un barnizado subiría el contraste de los colores y preservaría para siempre el cuero frente a rayadas. Hombre, sí… pero ¿a qué precio? El de dañarlo progresivamente, modificando su lustre natural, apagando los colores originales y perjudicando su normal cierre.

Detalle del barnizPensé que -a lo mejor- se trataba igualmente de un libro lacado en origen, re-contra-lacado a posteriori. Pero no, ya que levantando el papelito del lomo, la piel desnuda no evidenciaba otros barnices. Y es que la creatividad y talante imprevisible son rasgos característicos de los bibliópatas.
Con ilusión reparó las hojas que tenían pequeños rotos dejándolas repletas  de celo y otros refuerzos. Pero nuestro ambicioso protagonista no se detuvo aquí (pues el parche de celo cualquiera lo pone) y «limpió» los bordes de las hojas levemente amarillentas con  un agente blanqueante.

Izquierda: Celo y bordes blanqueados. Derecha: después de quitar celos y tratar los cercos de blanqueante.

Izquierda: Antiguas intervenciones con consecuencias perjudiciales, como el blanqueo de los bordes, que ha manchado y debilitado los papeles, y también ha descolorido los cortes pintados en rojo. Además los «refuerzos» (celo, y otros) oxidan, arrugan y debilitan el papel. Derecha: en el taller de restauración se han tratado las manchas de humedad y se han quitado las reparaciones perniciosas.

La aplicación del producto oxidante (pues muy probablemente se trataría de agua oxigenada) fue acompañada de la consiguiente formación de cercos de humedad en los perímetros, es decir, unas manchas harto más visibles que el oscurecimiento natural del papel que se quería disimular. Y las áreas más intervenidas (las esquinas inferiores) se debilitaron por efecto de la oxidación. Pero esto no es todo, porque como el libro tenía los cortes pintados en rojo, de paso se perdió parte de esta decoración.

Ficha de restauración del anterior tratamientoCon todo, hay un hecho diferencial, y es que tenemos documentación escrita, de la mano de su autor, de las citadas intervenciones, cosa que raramente sucede y que denota una voluntad científica y sobre todo duradera. No concreta mucho en cuanto a productos ni metodología, pero la información (y cómo se encuentra) es muy útil para poner en contexto todo aquello que hallamos analizando el libro. Se reserva un discreto segundo plano colocando el informe en el final del libro, aunque -eso sí- cubriendo el precioso papel marmoleado que ornamentaba la encuadernación original. Pero hay que reconocer que su restauración ¡es digna de interés!

Conclusión:
Al final todos somos bibliópatas, en potencia o voraces, y juzgar el trabajo de otros no nos exime de culpa, pues incluso eliminar las intervenciones antiguas que hoy pueden parecernos obsoletas puede ser condenable.
Tener conocimiento del catálogo de productos habitualmente utilizados en restauración (y muchos otros propios del bricolaje) no nos cualifica como restauradores. Cómo se aplican, pero sobre todo cuándo, y por qué, es algo que exige un diagnóstico preciso y un conocimiento en profundidad de la conservación patrimonial. La meta ha de ser siempre la de velar por los soportes constituyentes y el buen funcionamiento general. Cuando esto lo hace un profesional suele tener como consecuencia una variación -favorable- de su aspecto, pero casi nunca es este el objetivo principal. En cualquier caso, la búsqueda de una «mejora» visual notoria, no puede ir nunca a costa del estado del objeto, especialmente cuando los tratamientos provocan daños irreversibles. A mayor interés y admiración tengamos por una obra, mayor debería ser el respeto y la humildad con la que afrontáramos cualquier tratamiento en la misma.
Después de la intervención 1980después de restaurar (2011)

Más datos del libro en la sección de proyectos.

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Agradecimientos:
Museo Cusí de Farmacia, situado en la empresa Alcon Cusí, S.A. de El Masnou, y propiedad de la Real Academia de Farmacia de Cataluña.

Al Sr. Amadeu Mosard y al Sr. Grafòpata, seguidores de este blog y que han inspirado la creación de la sección de bibliópatas y grafópatas. ¡Muchas gracias!


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Os dejo un bibliópata muy entrañable y que me hace reír mucho:

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