El químico y el restaurador: una relación amor/odio

Una experiencia catártica: Así podríamos calificar lo que representa para un restaurador el asistir a un curso de reciclaje vinculado a la química. Vamos allí con un cierto respeto (por no decir miedo) y el anhelo de que nos descubran un reactivo milagroso que cambie nuestra vida, al menos la profesional.
El primer estadio de las explicaciones teóricas supone un trastorno para la que hay que estar preparado: los nuevos conceptos pueden hacer tambalear los supuestamente asimilados, y hay un alto riesgo de salir más confusos de lo que habíamos entrado.
Luego está la práctica, y con ella esperamos tener una revelación, cómo quien ve a la virgen: Todo ese frenesí molecular que parece tener lugar ante nuestras narices sin nosotros darnos cuenta, ¿se va a hacer palpable en nuestro objeto?

El químico y el restaurador tiene una especial relación amor/odio

El químico y el restaurador tienen una especial relación amor/odio. Cuatro restauradoras (izquierda, arriba: Elena Aguado, Flor Cuartero y Clelia Iscla; abajo: Laura Fuster) en el proceso de captar todos los conceptos, intentar ver su aplicación práctica en obras de arte, y preguntándose en qué medida será aplicable. A la derecha el químico (Richard Wolbers), explicando la aplicación práctica de la teoría y mostrando un nuevo producto.

Y la fase final (ya en nuestros talleres ¡solos!) es la más dura: asimilarlo, cuestionarlo, y ponerlo en práctica, o no. Pues no siempre los nuevos avances son 100% factibles, ya sea por el ámbito de aplicación (para un sólo tipo de tinta[1], o una determinada degradación) o por la complejidad del tratamiento, los recursos requeridos.

El pobre restaurador apenas podrá discutir tu a tu con un químico, ya sea sobre las reacciones que tienen lugar durante los tratamientos de restauración, o en el propio envejecimiento de la obra; y sin embargo debe cuestionarle, mantener vivo ese diálogo. Sobre todo porque las nuevas técnicas carecen de un historial contrastado de posibles secuelas, y aplicarlos en obra patrimonial puede conllevar consecuencias irreversibles. Por desgracia nos consta más de un caso de intervención «mágica» con resultados no deseados, como por ejemplo la aplicación de PEG (polietilenglicol) en pergaminos, [2]  que aunque de entrada parece mejorar su estado, con los años los degrada dejándolos irreversiblemente transparentes y amarillentos [3] [4].

Ninguno de nosotros quiere pasar a la historia como el restaurador bibliópata (o grafópata) que aplicó ese tratamiento entonces de moda y que luego resultó no ser tan beneficioso. Precisamente por eso este diálogo es cada vez más continuado y fluído, para que los avances científicos se adapten a las prioridades de conservación y preservación patrimonial. Trabajando codo con codo en equipos multidisciplinares de conservadores, químicos, físicos, biólogos (y un largo etcétera) se puede prevenir esa desconexión entre ciencia y patrimonio que ha podido resultar infructuosa en algunas ocasiones.

Pero gracias a Richard Wolbers, creo haber hecho las paces con la química de la restauración y sus científicos. Después de asistir al curso de Tratamientos de limpieza: Baños y eliminación de manchas en papel, en la Universidad Politécnica de Valencia concluyo que:

  • Sus preceptos tienen un vasto espectro de aplicación, por no decir que abarcan casi todos los procesos (la limpieza de materiales escritorios, ya sea en baño o localmente, y -a su vez- la desacidificación). Y, paradójicamente a esta extensa ratio, se trata una intervención «a medida» de cada soporte, ya sea papel, pergamino, u otros.
  • Son de fácil ejecución y no requieren una inversión inicial inabordable.
  • Y, lo más importante: Se trata de intervenciones livianas, muy respetuosas con la obra, por lo que su inocuidad está casi garantizada.

Creo sinceramente que estamos ante un cambio de paradigma en nuestro enfoque profesional, y eso no pasa cada día.
Pero bueno ¡¿qué te ha contado Wolbers?! os estaréis preguntando…
Para no marear a los legos con tediosos detalles hago aquí un punto y a parte. Eso sí, con la foto de los asistentes al curso, sonrientes incluso después de tres días macro-polímeros y soluciones hypertónicas. Pero esto es más mérito de las diáfanas explicaciones de Richard Wolbers, condimetadas con su sentido del humor. Y también de la excelente organización, que culmino, cómo no, con una deliciosa paella valenciana.
Y a los restauradores, que os estáis preguntando en qué narices consistió el curso de Wolbers, os remito en la siguiente entrada un resumen.

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Los participantes Al taller «Tratamientos de limpieza: Baños y eliminación de manchas en papel», en Valencia, en enero de 2016, dirigido por Richard Wolbers (derecha). Imagen gentileza de la Universidad Politécnica de Valencia.

 

 

 

 


Agradecimientos:

Richard Wolbers, por sus ideas inspiradoras, diáfanas explicaciones y su sentido del humor. También a Laura Fuster, responsable de la excelente organización de curso, y de la traducción durante las sesiones prácticas.

 


Notas a pie de página:

[1] Como es el caso del tratamiento con fitato de calcio para las tintas metal-ácidas.

[2] Veáse recomendación de utilizarlo en una guía de referencia entonces (RAMP), en la páginas 44-45: «Otras sustancias que, a lo largo de la historia, también se han empleado para devolver la flexibilidad al pergamino han sido las vitaminas, albúminas, emulsiones espermáticas y la urea.(…) Los resultados de estos tratamientos no son excesivamente buenos.(…) En cualquier caso están superadas por el procedimiento que describimos a continuación: Consiste en tratar el pergamino con polietilenglicol, producto que ha logrado resolver de una manera plenamente satisfactoria el problema de la estabilización higroscópica. (…) Las propiedades que lo hacen idóneo para la conservación son: su pH es practicamente neutro, no es volátil, tiene una penetrabilidad aceptable, no potencia la acción microbiológica, es suavizante y lubricador, y lo mas importante, tiene un alto poder regulador del agua, pues su capacidad higrométrica le permite actuar como una esponja y, según la humedad ambiental, absorbe o cede agua, manteniendo estables las constantes internas. Sus componentes (carbono, hidrógeno y oxígeno) son completamente afines a los del pergamino, no añadiendo ninguna sutancia extraña. (…) Hasta ahora, ni en las pruebas de envejecimiento artificial se han observado efectos negativos derivados del uso del polietilenglicol

[3] En este informe de estado de conservación de varios documentos se explican los daños que una antigua intervención con PEG causó en el pergamino de un libro (página 8): «El tratamiento con polietilenglicol, usado con frecuencia en la época de esta restauración, desnaturaliza el pergamino, limitando su comportamiento higroscópico, con el efecto secundario de aumentar su transparencia, lo que provoca, en zonas de menor espesor, que se aprecie la grafía del reverso por dicha transparencia (ver il.). Otro efecto del tratamiento con polietilenglicol, es el aumento de peso del pergamino, que (…), aconseja su almacenamiento en forma horizontalDocumentos de trabajo UCM. Biblioteca Histórica; 04/06. La determinación del estado de conservación y de las condiciones de préstamo para exposiciones temporales de libros históricos (MS-1 y MS-156). Javier Tacón Clavaín Conservador-Restaurador, Biblioteca Histórica, Universidad Complutense de Madrid.

[4] Bibliografía relacionada:

  • Claire Chahine, Christine Rottier. «Study on the Stability of Leather Treated with Polyethylene Glycol», in ICOM Working Group #10, Conservation of Leather crafts and Related Objects, International Meeting 5.-8.4.1995, Amsterdam.
  • Claire Chahine, Christine Rottier. «Influence Du Vieillissement Artificiel sur le Cuir et le Parchemin Traités au Polyéthylène Glycol», Les Documents Graphiques et Photographiques-Analyse et conservation, Travaux du Centre De Recherche sur la Conservation des Documents Graphiques 1994-1998, Direction des Archives de France (Editor), Paris 1999.»

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