Bibliófilos… ¿o «bibliófagos»?

Los «bibliófagos» son bibliófilos… pues de tanto que les gustan los libros, se los comen (biblos + fagos = libros + comer).

Me estreno con esta herramienta, el blog, para explicar mejor las ilustraciones de la felicitación navideña1 de este año (podéis descargarla aquí).

los bibliófagos y la restauradora les desean felices fiestas

Desmiento que me alegre cuando me llama un archivo diciéndome que tiene los fondos infestados de hongos,  cascadas de agua manando del techo u otras desgracias. El que toca la zambomba es el lepisma, y no yo, que me solidarizo con la preocupación del archivo para solucionarlo tan pronto como sea posible!
Las medidas de preservación y restauración serán siempre necesarias. Incluso si los bibliófagos se redimieran gratificándose con otros manjares, diferentes factores acaban haciendo necesaria la figura del conservador-restaurador.
De los daños que puede sufrir un documento, y a los que un buen restaurador encontrará casi siempre cura o remedio, tenemos (según causante del mismo):

  1. Los provocados por el hombre, que a mi entender son los principales: La propia manipulación, incluso siendo cuidadosa, desgasta y estropea. Y entre ésta y la maldad pura (quema de libros prohibidos, etc.), hay mil gradaciones intermedias (el olvido, el vándalo que adorna un documento del s. XII con bolígrafo, el celo, una intervención restauradora hecha con mucho cariño y poco método…).
  2. La caducidad intrínseca del objeto. Nada es para siempre. Las proteínas del pergamino son perecederas, los papeles se oxidan, las colas pierden flexibilidad, poder adhesivo… e incluso hay obras, sobre todo las de más reciente creación, que no están hechas para durar: su estructura, la combinación de materiales… están destinadas al efímero!
  3. Los factores ambientales: Frío, calor, humedad, polución, luz… harán que la caducidad aumente o se mantenga, pero nunca que el objeto rejuvenezca.
  4. Y, para terminar, los pobrecitos bibliófagos… que me los tenéis fritos!

Los podemos agrupar en: Microorganismos y macro.

  • Micro: Están los hongos y las bacterias. Nunca podremos echarles el ojo encima, pero sí a los destrozos que ocasionan: modifican la estructura química haciendo  que se debilite, o se vuelva demasiado rígida, cambie de color…
    Para el restaurador, poco importa si la culpa era del uno o del otro… consolidar un papel afectado por microorganismos es una auténtica pesadilla en cualquier caso.
    La mejor forma de combatirlos: prevenir su aparición controlando los factores ambientales y manteniendo limpios los fondos.
hongo en papel
  • Macro. De los que sí podemos pillar in fraganti, dos subgrupos más: insectos y mamíferos.
    Dentro de los primeros también hay barbaridad de agrupaciones y especies. Yo he escogido la carcoma y el lepisma, que son de los que encuentro mayor número de souvenirs «inversos», puesto que el recuerdo que dejan, es que no dejan lo que había.
corc i caga tió, per Nadal, a partir un pinyó!
Lepisma saccharina tocando la zambomba y repicando campanas

Y dentro de los mamíferos, la rata, que además de agujerar, mancha y ensucia a base de bien. Pero también está el perro que muerde el periódico, el niño que babea el libro… la casuística es infinita!

Y ya, para terminar, los ejemplos que he escogido para la felicitación navideña. De fondo hay objetos degradados por algunos de los factores recién mencionados (estados previos a la restauración); y en primer plano sale el causante de la degradación.

 

1. Verso: Eulàlia Armengol.

La famosa rata de biblioteca

Deja un comentario

Filtra entrada por: