Libros de coro, y mucho más, en la Biblioteca Nacional
De paso por Madrid… ¡que nos parta un rayo si no hacemos una visita a la Biblioteca Nacional!
Pues casi nos parte, porque vamos muy tarde y por poco no llegamos, pero aun así nos recibe un sonriente y muy zen Luís Crespo, restaurador de la Biblioteca, y nos guía por un laberinto de pasillos hasta llegar a los talleres de restauración. En el trayecto vemos innumerables libros, CDs, legajos… un sinfín de información de todas las épocas, colores y tamaños: en papel, vinilo, pergamino, y mil y un soportes ¡Y dicen que el saber no ocupa lugar!
La sección de restauración está distribuída en varios departamentos: hay una sala sólo para la confección de cajas de conservación. Estos contenedores son una primera capa de protección muy eficaz para determinados libros y documentos con daños leves o medios. Una medida de conservación preventiva económica y efectiva para grandes volúmenes, como aquí. Cuando entramos sólo hay una persona… pero es que no hace falta más: una máquina maravillosa (y mastodóntica) troquela las cajas a medida! Se le pone el cartón y las medidas, y ya está.
En los talleres propiamente dichos sí hay bullicio de restauradores, unos cosiendo libros, otros consolidando hojas… es un no parar.
Allí se combina lo tradicional con lo moderno: las técnicas milenarias conviven, por ejemplo, con la cámara de humectación y succión que parece salida de la NASA (¿lo digo con rin-tin-tín? Es que ya la quisiera yo para mi taller…).
De entre las técnicas tradicionales vemos una clara influencia de la cultura japonesa: las brochas, el Karibari (y, supongo que no es casual, también la camiseta de Luís). El Karibari es un panel de madera y papel utilizado para tensar y consolidar papeles (otro día lo explico mejor).
Luís nos enseña los antifonarios en los que está trabajando (expuestos ahora y hasta el 18 de enero en la exposición «Cantorales. Libros de música litúrgica en la BNE«) y tenemos el privilegio de ver de cerca estas joyas bibliográficas de calidad artística inigualable: sus letras capitales iluminadas con pan de oro, las miniaturas y filigranas en lapislazuli nos dejan boquiabiertos. Que por cierto, «miniaturas» es porque se pintaban con rojo minio, el pigmento, y no porque fueran pequeñas ¡Ya véis lo grande que es esta partitura!
Y como somos restauradores, no nos conmueven menos las cubiertas del libro desmontado, poniendo al desnudo todos los secretos, los pasos que siguió el encuadernador al confeccionarlo: los detalles técnicos del cosido y sus refuerzos, los materiales… Es como hacer un viaje en el tiempo. Los libros son tan grandes que la piel de un cordero quedaba corta, y el encuadernador se las apañaba añadiendo un trozo en la esquina, y santas pascuas.
Antes de irnos, Arsenio Sánchez -también restaurador en la Biblioteca-, nos enseña un libro ya restaurado, otra joya manuscrita, esta en papel. Ya casi nos hemos acostumbrado a tanta maravilla y lo que nos llama la atención ahora es la complejidad de establecer un criterio de restauración, pues el libro está lleno de añadidos de todas las épocas. Unos más acorde con los criterios actuales, otros menos…
Nos cuenta Arsenio que al no ser ninguno de ellos realmente perjudicial para la obra, se optó por respetarlos todos, puesto que más antiguos o menos, todos forman parte de la historia de este libro y ninguno es pernicioso para la obra (lo que sería la mínima intervención).
Desde luego, aunque breve, la visita nos deja los ojos llenos de belleza, de historia, de técnicas, de ciencia… y todo ello de la mano de Luís y Arsenio, que son referentes en la restauración de papel en España.
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Pues casi nos parte, porque vamos muy tarde y por poco no llegamos, pero aun así nos recibe un sonriente y muy zen Luís Crespo, restaurador de la Biblioteca, y nos guía por un laberinto de pasillos hasta llegar a los talleres de restauración. En el trayecto vemos innumerables libros, CDs, legajos… un sinfín de información de todas las épocas, colores y tamaños: en papel, vinilo, pergamino, y mil y un soportes ¡Y dicen que el saber no ocupa lugar!
La sección de restauración está distribuída en varios departamentos: hay una sala sólo para la confección de cajas de conservación. Estos contenedores son una primera capa de protección muy eficaz para determinados libros y documentos con daños leves o medios. Una medida de conservación preventiva económica y efectiva para grandes volúmenes, como aquí. Cuando entramos sólo hay una persona… pero es que no hace falta más: una máquina maravillosa (y mastodóntica) troquela las cajas a medida! Se le pone el cartón y las medidas, y ya está.
En los talleres propiamente dichos sí hay bullicio de restauradores, unos cosiendo libros, otros consolidando hojas… es un no parar.
Allí se combina lo tradicional con lo moderno: las técnicas milenarias conviven, por ejemplo, con la cámara de humectación y succión que parece salida de la NASA (¿lo digo con rin-tin-tín? Es que ya la quisiera yo para mi taller…).
De entre las técnicas tradicionales vemos una clara influencia de la cultura japonesa: las brochas, el Karibari (y, supongo que no es casual, también la camiseta de Luís). El Karibari es un panel de madera y papel utilizado para tensar y consolidar papeles (otro día lo explico mejor).
Luís nos enseña los antifonarios en los que está trabajando (expuestos ahora y hasta el 18 de enero en la exposición «Cantorales. Libros de música litúrgica en la BNE«) y tenemos el privilegio de ver de cerca estas joyas bibliográficas de calidad artística inigualable: sus letras capitales iluminadas con pan de oro, las miniaturas y filigranas en lapislazuli nos dejan boquiabiertos. Que por cierto, «miniaturas» es porque se pintaban con rojo minio, el pigmento, y no porque fueran pequeñas ¡Ya véis lo grande que es esta partitura!
Y como somos restauradores, no nos conmueven menos las cubiertas del libro desmontado, poniendo al desnudo todos los secretos, los pasos que siguió el encuadernador al confeccionarlo: los detalles técnicos del cosido y sus refuerzos, los materiales… Es como hacer un viaje en el tiempo. Los libros son tan grandes que la piel de un cordero quedaba corta, y el encuadernador se las apañaba añadiendo un trozo en la esquina, y santas pascuas.
Antes de irnos, Arsenio Sánchez -también restaurador en la Biblioteca-, nos enseña un libro ya restaurado, otra joya manuscrita, esta en papel. Ya casi nos hemos acostumbrado a tanta maravilla y lo que nos llama la atención ahora es la complejidad de establecer un criterio de restauración, pues el libro está lleno de añadidos de todas las épocas. Unos más acorde con los criterios actuales, otros menos…
Nos cuenta Arsenio que al no ser ninguno de ellos realmente perjudicial para la obra, se optó por respetarlos todos, puesto que más antiguos o menos, todos forman parte de la historia de este libro y ninguno es pernicioso para la obra (lo que sería la mínima intervención).
Desde luego, aunque breve, la visita nos deja los ojos llenos de belleza, de historia, de técnicas, de ciencia… y todo ello de la mano de Luís y Arsenio, que son referentes en la restauración de papel en España.